Eduardo Carvallo – Analista Junguiano
Aun cuando todos los seres humanos compartimos la posibilidad de expresar innumerables patrones arquetipales, la realidad es que el número de ellos, que se van manifestando a lo largo de nuestra vida, es limitado. Cada uno de nosotros nace con un potencial arquetipal que nos diferencia, es lo que podemos llamar “ecuación arquetipal”. Esta ecuación arquetipal está relacionada con lo que podemos entender como nuestra esencia o naturaleza individual.
Desde muy pequeños podemos reconocer rasgos de comportamiento muy definidos que desde temprana edad nos diferencia los unos a los otros. Si nos aproximamos a un parque infantil podremos reconocer como, entre los niños y niñas que se encuentran en el mismo, habrá algunos dominantes y activos, otros más pasivos; identificaremos algunos muy bulliciosos y enérgicos, mientras que otros estarán jugando tranquilos con sus pequeños carros y muñecas, ensimismados; algunos estarán invitando a competir en cualquier actividad, mientras que otros se estarán meciendo tranquila y alegremente en los columpios. En cada uno de estos niños y niñas podemos reconocer, quizás, la esencia de algún personaje literario: un guerrero, una princesa, un visionario, un explorador. Cada uno de ellos está expresando, desde muy temprano, un aspecto de la esencia arquetipal de las personas, que seguirá desarrollándose y fortaleciéndose a lo largo de la vida.
Esta naturaleza, esencia o ecuación arquetipal, como la queramos llamar, comienza a ser distorsionada desde muy temprano. Nuestro proceso de socialización y entrada a la escolaridad, está enmarcada en la adquisición de hábitos y normas que, inevitablemente comienzan a distorsionar nuestra conexión con ese núcleo, el más profundo de nuestra personalidad. Si no me queda otra cosa que aceptar y adaptarme a lo que “debo hacer”, ¿para qué seguir preguntándome sobre lo que quisiese hacer? Comemos lo que debemos comer, dormimos cuando “llegó la hora”, nos despertamos con el llamado de nuestros adultos o con alguna alarma estridente, programada a una hora específica. Nuestra biología comienza a ser modulada, domada, y en ese proceso, nos desconectamos de nuestra naturaleza y muchas veces comenzamos a ir en contra de ella. Este es el origen de innumerables situaciones de sufrimiento que expresan las personas durante nuestras consultas. El haber sucumbido a las exigencias del entorno, muchas de ellas en contra de nuestra naturaleza, dan como resultado el abandono del camino de la satisfacción de las necesidades propias y la represión de la expresión de los elementos de nuestra ecuación arquetipal. Paradójicamente, los individuos más adaptados socialmente y que muchas veces representan un ideal colectivo, son los que más sufren por dinámicas contra natura, desde la perspectiva individual.
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Regresar al origen de nuestra ecuación arquetipal es esencial para reconectarnos con nuestras necesidades básicas (emocionales y fisiológicas), con las fuentes de nuestras pasiones, con la capacidad de reconocer a las personas que nos complementan y enriquecen, con actividades en las que fluimos de manera natural.
Este regresar y rescatar la conexión con nuestra naturaleza, haciéndola consciente y viviendo más cerca de sus requerimientos, necesidades, e intereses, es lo que hemos denominado consciencia arquetipal.
¿Por qué es importante este reconocimiento?
Desde nuestra perspectiva, uno de los factores que determinan el bienestar y la percepción de una alta calidad de vida, es el lograr una alineación entre la esencia arquetipal -con los dominantes que la definen y que se presentan en su campo correspondiente-, y el entorno, así como con las dinámicas que construimos a lo largo de nuestra vida. Imaginemos la incomodidad sentida por una persona, con una esencia vinculada a un entorno rural, tratando de adaptarse a un ambiente muy urbano; o tal vez las dificultades de relación de una persona de vínculos afectivos distantes o idealizados, con otra, cuya aproximación sea predominantemente física; podríamos ir reconociendo una falta de alineación entre naturalezas arquetipales y la manera como se construyeron sus modos de vincularse con el entorno.
Así como encontramos patrones individuales, podemos hacerlo en el nivel de lo colectivo. En distintas cosmogonías de culturas, sin conexión entre sí, identificamos patrones compartidos: un caos original (en el cual, por lo general, convergen todos los elementos que conforman la totalidad en un estado de reposo absoluto o de máximo movimiento); un movimiento inicial, que comienza a generar una diferenciación por el establecimiento de polaridades (luz-oscuridad, cielo-tierra, visible-invisible, día-noche, femenino-masculino, yin-yang); un proceso que evoluciona hacia el desarrollo de etapas cada vez más complejas, siguiendo un principio armónico, coherente e integrativo, que se contrapone a una tendencia a regresar a estados desarmónicos e inestables; una búsqueda de integración a un todo coherente.
Vivir el reconocimiento de nuestros patrones arquetipales, incorporar otras naturalezas de manera congruente y coherente; reconocer el sufrimiento generado por dinámicas contrarias a la naturaleza de nuestra individualidad; experimentar una conexión atemporal y asincrónica con nosotros mismos, a través de actividades en las que fluyamos naturalmente, es lo que llamamos vivir en consciencia arquetipal.