El amor, en todos los génesis de las diferentes cosmogonías, es identificado como una fuerza vinculante, es decir, un impulso que tiende a integrar los diferentes aspectos del Cosmos.
Para la Psicología Analítica, el Cosmos –un tema al que C. G. Jung le dedicó buena parte de su obra- puede verse como una proyección de nuestros contenidos inconscientes y por lo tanto cada uno de los componentes del mismo tiene una representación en nuestra psique, así como las fuerzas y leyes que lo regulan -entre ellas, por supuesto, el amor.
El amor es pues, desde una perspectiva psicológica, la fuerza que vincula los diferentes componentes de nuestra psique, buscando una integración entre los mismos. Integración que va dibujando la totalidad de cada individuo, su mismidad, su particularidad, a lo largo del proceso descrito por Jung como proceso de individuación, que va de la mano de lo que pudiésemos entender como destino personal.
Resumiendo, el amor –en un sentido psicológico- es una fuerza vinculante que tiene una representación en las fuerzas inconscientes, que busca integrar de forma particular y única los diferentes aspectos de nuestra psique –y por lo tanto sus proyecciones-, siguiendo el proceso de individuación que enmarca el destino personal de cada uno de nosotros.
Mucho se ha hablado del aspecto “positivo” del amor: cómo nos energetiza, cómo imprime un entusiasmo a nuestra cotidianidad, cómo aligera el peso de la vida. Sin embargo, de la otra cara de la moneda -de su aspecto destructivo- es poco lo que se dice, a pesar de que todos hemos tenido experiencias directas, o a través de alguien cercano a nosotros, de los estragos que pueden producir en la vida de cualquiera un “mal amor” o un amor imposible.
Tanto el “mal amor” como el amor imposible, nos invitan a reflexionar acerca de las paradojas que entrañan y de hacer un intento por reconocer una posible función de éstos en nuestra psique, a pesar de la enorme fuerza destructiva que puede acompañarlos.
Para desarrollar este punto, me voy a permitir utilizar como metáfora la imagen del canto de sirenas.
Las sirenas forman parte del catálogo de seres fantásticos de muchísimas culturas, lo que les da un carácter arquetipal.
En los orígenes de nuestra cultura occidental, las encontramos en el canto duodécimo de La Odisea de Homero. En esta obra, están descritas como seres con cabeza, torso y brazos de mujer y cuyo cuerpo termina en cola de pez. Están dotadas de una voz musical que ejerce una atracción irresistible para los mortales. Cuando se oye su canto, y logramos ubicarlas visualmente, impresiona su belleza indescriptible que refuerza su poder de atracción, pero una vez que nos acercamos, nos asalta una visión monstruosa y destructiva: su verdadera esencia, y que es la última imagen que se tiene antes de morir despedazados y devorados por ellas.
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¿Cuántas veces hemos escuchado esta secuencia repetida una y otra vez en boca de innumerables hombres y mujeres o lo hemos leído y visto en protagonistas de personajes literarios y cinematográficos? La Odisea, Tristán e Isolda, Abelardo y Heloísa, El Angel azul, El Gatopardo, Relaciones peligrosas, Damage, Instintos básicos, El ingenioso Mr. Ripley.
Lo que se inicia con una enorme fascinación, con la certeza del descubrimiento de nuestra alma gemela, de la persona que nos complementa totalmente, en muy poco tiempo se transforma en un vínculo que comienza a llevarse por delante todas las estructuras que sostienen el mundo tal como es conocido en ese momento y nos precipita a los abismos más oscuros e infernales. Vínculo que termina acompañándose por montos de sufrimiento que se perciben como intolerables y que, al final, o nos destruye o nos fortalece.
Es quizás en este punto donde encontramos su verdadera razón de existir: nadie dijo que la integración de nuestros aspectos psíquicos siempre tenga que resultar en un todo armónico. A veces, la ecuación que nos tocó en suerte es una mezcla explosiva que puede terminar destruyéndonos.
Así como en nuestra psique existen los equivalentes creativos que pueden garantizarnos los recursos para un bien-vivir, para un bien-estar, también existen las fuerzas destructivas que pueden aniquilarnos -a nosotros y a los que nos rodean- en un abrir y cerrar de ojos.
Poder aproximarnos y conocer estas fuerzas; a las polaridades que las contienen; aprender a tolerar la tensión que nos producen; conocer de su canto de sirenas… quizás nos ayude a identificar esa fatal melodía que se acompaña de la ilusión de un amor verdadero y, como hizo Odiseo, frente a la misma, amarrarnos a un mástil seguro y dejar que nuestros remeros internos se hagan cargo del rumbo. Contenernos para que su influjo no nos saque de nuestro camino.
O, de ser este nuestro destino, aprender a sobrellevar la tempestad que representa el que la fuerza vinculante primordial, el amor, nos aproxime a alguna de esas naturalezas destructivas en un momento de nuestra vida.