Los aportes que ha venido haciendo la psicología durante los últimos 100 años han contribuido a identificar aspectos invisibles y transformar esa invisibilidad en elementos identificables de nuestro entorno, enriqueciendo la lectura de nuestra realidad.
A pesar de su relativo reciente reconocimiento, tanto el inconsciente dinámico, como la tipología junguiana, los complejos, y el inconsciente colectivo, ya son referencias que estructuran nuestras percepciones y que han trascendido el terreno de los especialistas. Cuando escuchamos hablar de que esa persona es introvertido o extrovertido, o que tal otra tiene un complejo de inferioridad, por lo general está muy bien identificado la estructura psicológica que subyace -independientemente del grado de instrucción de quien la señala.
El interés que ha aparecido en torno a reflexionar acerca de los complejos culturales, es una expresión de esta necesidad de hacer un esfuerzo por hacer visible lo invisible que nos rodea, y desde allí intentar comprender dinámicas contradictorias, ambivalentes y absurdas en las que estamos sumergidos como civilización y que, muchas veces, tienen consecuencias muy negativas y destructivas.
En el mundo occidental, una de los colectivos más complejos es Latinoamérica. En ella confluyen un conglomerado de culturas muy diversas que, por un lado, hacen difícil la conformación de una conciencia colectiva como región -característica que aparentemente ha dificultado la posibilidad de llegar a visiones compartidas que pudiesen beneficiar a todos los países por igual- [1], y que por otro lado, dificulta que los habitantes de un mismo país se vivan como hermanos de una patria común. En relación a esto último, recuerdo un comentario del internacionalista y -para la época- embajador del Perú en Venezuela, Carlos Urrutia, quien en unos seminarios acerca de política expresó que entre los latinoamericanos encontramos más semejanzas entre individuos de países diferentes que pertenecen a una misma clase socio-cultural, que entre estos mismos individuos y aquellos que comparten su misma nacionalidad pero que pertenecen a clases diferentes. [2] Esta última observación, entre otras cosas, coloca el foco sobre una realidad que, aunque chocante, nos acompaña desde la época de la colonia europea: Latinoamérica, como ninguna otra región en el planeta (quizás con la excepción de la India) está conformada, se vive y se divide en clases sociales que están predeterminadas desde los encuentros iniciales entre los habitantes pre-colombinos y los europeos; realidad que, aunque muy presente en el inconsciente cultural de la región, por lo general, escapa de la conciencia de sus habitantes.
Desde los primeros desarrollos de la teoría de Jung sobre los complejos, que se ha alimentado en los últimos años con los planteamientos de Joseph Henderson y Thomas Singer acerca de la dimensión cultural de los mismos, sabemos que los complejos –individuales y culturales- están enraizados, según el caso, en la biografía de la persona o en la historia del colectivo.
No siempre es posible remontarnos en la historia de alguna colectividad para reconocer el origen de sus complejos culturales. Sin embargo, algo interesante en el caso de esta región que hoy llamamos América, es que su relativa corta historia nos permite encontrar datos muy frescos acerca de movimientos en sus patrones culturales (estructuras simbólicas, rituales, tradiciones, composición social, dinámica del poder), y desde allí, echar un vistazo a cómo los mismos han generado complejos culturales particulares.
La historia de América arranca con un cataclísmico choque cultural. Comienza a escribirse en 1.492, año en que Colón funda La Española[3], en un territorio que no aparecía en los mapas de las principales potencias que surcaban los mares en esa época: España, Portugal, Gran Bretaña y Francia.
Las noticias acerca de la aventura de Colón corren muy rápido y todos quieren participar de la misma. Rápidamente, las armadas de las diferentes Coronas europeas se presentan en las costas de estas nuevas tierras, repartiéndose tempranamente el territorio.
A pesar de la aparente cercanía cultural que pudiese existir entre los conquistadores europeos, nos encontramos con diferencias significativas entre las dinámicas que se presentaron en el territorio conquistado y colonizado por el imperio español con las de los territorios conquistados por los imperios portugués y británico -los otros dos que tuvieron más presencia en el continente americano.
Estos antecedentes y sus consecuencias determinan una primera gran división de este vasto territorio en dos regiones: la América anglo-parlante y la América latina. [4]
Aún cuando América latina comparte una enorme carga cultural e histórica, para efecto del presente escrito, las siguientes observaciones y reflexiones las hemos hecho específicamente desde la perspectiva de la América de habla hispana, el territorio conquistado por España, Hispano américa.
Este territorio que hoy en día se extiende desde el río Grande (límite norte entre México y los Estados Unidos de Norteamérica) hasta el cabo de Hornos (abarcando todos los países de la zona con la excepción de Brasil, Belice y las Guayanas) y que incluye las islas de Cuba y República Dominicana en el mar Caribe, no ha presentado mayores cambios desde la llegada de Colón.
Sabemos que para el momento en que llegaron los españoles, en esta región vivían entre 13 y 50 millones de habitantes (Rosenblat, 1954), repartidos en no menos de 100 etnias diferentes, de las cuales destacaban la azteca, la maya y la inca, que por su extensión, riqueza, y avances tecnológicos, se les ha dado la categoría de imperios.
Un aspecto importante compartido por todas éstas culturas es que eran politeístas con una gran influencia animista. Sus dioses, presentes en mitos de creación muy parecidos, incluían divinidades femeninas y masculinas que estaban relacionados con los principios creadores (origen de los hombres, maternidad, fertilidad) y con los principios estructuradores de su entorno y de su sociedad.
A estos dioses los acompañaban otros representados por los astros, fenómenos meteorológicos y animales considerados sagrados (sol, luna, vientos, volcanes, serpiente, jaguar, águila, cóndor).
La mayoría de los dioses tenían un correlato contrasexual que lo balanceaba y su cosmogonía era evolutiva: partían de un origen caótico que se comienza a organizar gracias a los aspectos estructurantes. Tenían mitos de creación, y rituales agrícolas y funerarios, en los que habían representaciones divinas.
Esto en sí mismo es muy importante ya que, buscando las raíces arquetipales de esta cultura, encontramos que existían patrones psicológicos estructurantes masculinos y femeninos, que estaban conectados con aspectos instintivos como la agresividad, la procreación, la alimentación; y que éstos estaban sometidos a leyes naturales que mantenían el equilibrio.
Estas deidades y principios arquetipales estaban presentes en su artesanía, en la que encontramos una gran cantidad de símbolos entre los que están representaciones de dioses generatrices, principios protectores, de fertilidad, y de escenas rituales, de cacerías y de juegos, que dan fe de una conexión profundamente religiosa con su entorno.
Para estas culturas, la llegada del europeo representó un sisma: no sólo se enfrentaron a pérdidas incalculables en el nivel concreto y material, sino que en los terrenos psicológicos, culturales y religiosos, la profundidad de los cambios a los que fueron sometidos podríamos ubicarlos en la categoría de “traumáticos”, entendiendo éstos como los capaces de “colocar a la psique en una situación en la que ésta se ve sobrepasada por su entorno y que culmina con una disociación de la misma, pudiendo identificarse la aparición de un aspecto regresivo que interfiere con su fortalecimiento y desarrollo armónico natural” (Kalshed, 1996). Es este núcleo regresivo uno de los aspectos más importantes para poder entender los síntomas que aparecen como expresión de los complejos culturales de la región.
¿Qué trajo el europeo a estas nuevas tierras?
Quiero recordar que es importante tomar en cuenta que la llegada y posterior colonización de América varía significativamente entre los principales países que participaron en ella: España, Portugal y Gran Bretaña.
Para efectos de esta primera aproximación a los complejos culturales que pudieron derivarse de este período, nos vamos a enfocar solamente a la presencia española.
Los viajes de Colón tuvieron un objetivo netamente comercial, al igual que los posteriores que se derivaron del mismo. No fue sino hasta casi una década después –a raíz de los viajes de Américo Vespucio- que los europeos se percataron de que habían llegado a un nuevo continente con las importantes consecuencias que este descubrimiento tendría en la conciencia de la época. A partir del descubrimiento de las cuantiosas riquezas presentes en las tierras a las que habían llegado los aventureros, se estableció un puente entre España y estos territorios para comenzar a extraer sus tesoros.
Este interés comercial no sólo marcó significativamente la actitud de los recién llegados frente a las civilizaciones preexistentes sino que también fue un factor que influyó en el perfil de los que se exponían a los riesgos –reales o presentes en la imaginería de la época- inherentes al largo viaje para llegar a América.
Se sabe que esta primera migración española estuvo compuesta por individuos que, en su mayoría, tenían un nivel educativo muy pobre y que básicamente buscaban un rápido enriquecimiento. Esta condición determinó que los primeros colonizadores no estuviesen pensando en llegar con sus esposas y familias a establecerse definitivamente o por un largo tiempo, sino que llegaban con la expectativa de que después de una corta aventura, regresarían con sus ganancias a establecerse en sus pueblos de origen y continuar la vida que tenían previamente con sus familias. [5]
Desde muy temprano surgió la leyenda de El Dorado, un lugar fantástico, lleno de riquezas inagotables, que por muchos años[6] alimentó la fantasía del enriquecimiento fácil y rápido, y que fue motor de innumerables expediciones, muchas de ellas temerarias.
Para la Corona española, las implicaciones económicas hicieron de la conquista un asunto de Estado ya que implicaba el control sobre grandes extensiones de territorios potencialmente ricos en materiales preciosos, que representaban una garantía para sostener los enormes gastos de guerra que mantenía en la época. Estos interese eran compartidos con la Iglesia católica, por lo que ésta se constituyó en otra protagonista de la historia de la conquista y de la colonia americana.
Todo esto determinaría que la cultura española que comenzó a penetrar en el Nuevo continente tuviese dos características remarcables: 1.-inicialmente estuvo relacionada con las guerras europeas por lo que se acompaña de un espíritu belicista y un predominio de fantasías de enriquecimiento fácil enmarcado en una economía de extracción y saqueo, y 2.- estuvo vinculada con una religión monoteísta, fuertemente estructurada, cuyos representantes principales eran el Rey –en nombre de quien se fundaban las ciudades y se apropiaban las tierras- y los sacerdotes, encargados de velar por el alma de los conquistadores y de los habitantes -a los que habían que convertir al catolicismo.
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Estas características delimitan la naturaleza arquetipal de la migración española en la que, desde esta perspectiva, podemos reconocer un patrón masculino fuertemente polarizado, rígido, guerrero, enmarcado en un férreo monoteísmo, que contrasta mucho con el marco arquetipal que identificamos entre los pobladores de la región.
Este contraste pone de manifiesto la fuerza del choque cultural que significó el encuentro entre estas dos civilizaciones: por un lado la vivencia politeísta y animista de los pobladores originarios del territorio, y por otro la religiosidad profundamente monoteísta y rígida de los conquistadores. Al imaginarnos este choque, inevitablemente aparecen imágenes que nos vinculan con uno de los fundadores de la Psicología arquetipal, Rafael López Pedraza, quien desde 1983 compartía reflexiones en relación a la ansiedad cultural que se genera en el conflicto inherente a la civilización occidental entre el politeísmo -que está en sus orígenes culturales que heredamos de nuestras raíces greco-latinas- y el monoteísmo enraizado en nuestra tradición cristiana.
Sabemos que estas dos tendencias son excluyentes y polares, y como siempre que esto sucede, una se hace sombra de la otra activando las dinámicas propias de esta estructura de la psique.
La dificultad natural de asimilar un aspecto sombra cuando éste aparece, por lo general se traduce en un intento de destruir este aspecto, o cuando menos, de intentar desaparecerlo.
Aparentemente “esta reacción natural afecta las respuestas instintivas, sobre todo las relacionadas con al agresividad, que fácilmente pueden derivarse en las conductas de crueldad” (López-Pedraza, 2.000) de las cuales hay testimonios a lo largo de todas las guerras que han acompañado la historia de la humanidad.
Estas tendencias las vemos reflejadas en dos actitudes que aparecieron a partir de la colonia: el otrocidio y la “invisibilización”.
El otrocidio -término acuñado por Eduardo Galeano en una de sus reflexiones acerca de la situación indígena en América (Galeano, 1.992)- no es más que el exterminio del “otro”, a quien al no respetarse sus referencias culturales y limitaciones psicobiológicas, prácticamente se le condena a la muerte. Podemos intuir que estos “otros”, al ser despojados de sus símbolos y rituales, al imponérseles mitos extranjeros que deben sustituir sus creencias acerca de la creación y de las fuerzas que regulan su vida, se quedan desamparados y se paralizan los mecanismos de autorregulación psicobiológica, activándose el principio tanático.
Podemos suponer que este estado de cosas constituyó un terreno propicio para que, entre otras cosas, se desarrollaran las diferentes enfermedades importadas por los europeos -primera causa de exterminio de los habitantes americanos- sin que pudiesen activarse los mecanismos naturales de inmunodefensa y de adaptación.
La segunda actitud, la “invisibilización” la hemos visto a lo largo de las diferentes políticas de los gobiernos donde se pretende gobernar en nombre de un sólo sector de la población al que se favorece directamente. La “invisibilización” sería el equivalente colectivo de un mecanismo de defensa de la psique individual: la negación. Sabemos que ésta se presenta en las etapas tempranas de la psique, a partir de la cual se pretende “borrar” lo que no nos gusta. Al invisibilizar al otro, lo excluyo de los mecanismos de asimilación, propios y necesarios para adaptarse a los cambios y poder sobrevivir a los mismos.
En América, desde sus comienzos se ha tratado de invisibilizar lo autóctono, hipertrofiando una visión centrada en la del conquistador europeo.
A pesar de estas actitudes, el establecimiento hegemónico de la cultura española no se pudo completar.
La exclusión de las culturas autóctonas fue compensada una y otra vez, a través de la incorporación de sus símbolos escondidos en las expresiones del arte colonial. Tenemos así cantidad de imágenes donde vemos a la Virgen María ataviada con atributos de la Pachamama, la diosa de la fertilidad y principio creador de los incas, y a ángeles en actitudes y vestimentas abiertamente femeninas, que representarían los principios femeninos excluidos por el carácter masculino predominante en la religión católica -sólo por nombrar como ejemplo de situaciones que se encuentran a lo largo de toda Hispano América, el de los indios quiteños que, obligados a pintar motivos religiosos impuestos por la Iglesia europea, intervinieron las imágenes originales.
Sumado a esto, tenemos el mestizaje que incluyó en la biología de los descendientes de los españoles rasgos de los indígenas sometidos y de los esclavos negros.
Por más que los padres españoles trataban de consolidar su presencia y ejercer un poder indiscutido, el vientre y la leche materna que nutrió a muchos de sus descendientes, fueron indios y negros; y con ellos se colaron costumbres, ritos e imágenes que activaron el inconsciente cultural y por ende, a los complejos culturales que se expresan en muchas de las enormes contradicciones que vive la región.
No es casualidad que hoy en día una cantidad de movimientos políticos enarbolen la bandera del indigenismo y menos aún que una vez llegado al poder, su discurso sea polarizante y está cargado de resentimiento. Son los invisibles reclamando visibilidad. Son los movimientos compensatorios inevitables en las dinámicas psíquicas y sociales. Me atrevería a decir que al existir el “trauma social” al que hacía referencia en párrafos anteriores, que contiene un núcleo regresivo encapsulado en el inconsciente colectivo de nuestros habitantes, la posibilidad de evolucionar hacia la integración y el enriquecimiento (cultural, psicológico y material) compartido esté profundamente interferido.
Pudiésemos decir que, así como los complejos individuales actúan como enormes “agujeros psíquicos” cuya autonomía y contradicciones que los definen dificultan la tendencia integradora de la psique, igualmente los complejos culturales se presentan como extensas lagunas en las estructuras psíquicas de los colectivos interfiriendo con los procesos de integración entre sus individuos.
Hoy en día, todavía existe una enorme dificultad en identificar un consciente colectivo : una identidad común que pueda arropar a todos los habitantes hispano americanos. Hoy en día todavía estamos escindidos por la cicatriz y el “trauma” que dejó el encuentro entre europeos y las comunidades preexistentes.
La dinámica que se genera de esta realidad psico-social explicaría la observación del embajador Urrutia en relación a la distribución de los habitantes de Hispano américa. Me atrevería a decir que a pesar de los 500 años que han transcurrido desde la llegada de Colón, aún podemos identificar por lo menos tres terrenos socio-culturales diferentes: el de los que se mantuvieron polarizados hacia lo autóctono e indígena, cuidando sus mitos y religión, y defendiéndose de la imposición cultural del europeo; el de los que se han mantenido identificados con los europeos, que se ubican en el polo opuesto y han logrado mantener una línea vinculada al poder durante todos estos años [7]; y una intermedia donde el mestizaje biológico y cultural ha ido permeando.
Para aumentar la complejidad de la región, estas 3 franjas culturales que conviven en paralelo y se pueden visualizar de forma horizontal a lo largo de toda el continente, están intersectadas a su vez por las divisiones territoriales que la dividen geográficamente, y que plantean otro tipo de complejidades psicosociales ya que la historia del poder y la distribución de riquezas –que parten de la constitución de los virreinatos españoles y las posteriores repúblicas que surgieron a lo largo del proceso independentista- han dejado cantidad de heridas entre países vecinos donde la dinámica de la sombra está presente.
La historia de la humanidad se ha construido a partir de las innumerables guerras que se han generado por nuestra incapacidad de hacer conciencia de esos aspectos sombríos que nos acompañan, y por el fracaso en el intento de integrarlos para activar los mecanismos que puedan promover la tolerancia y garantizar la convivencia.
En el momento en que escribo estas líneas, nuestro mapamundi se encuentra sembrado de regiones que se encuentran en guerra, muchas de ellas fratricidas.
En una conversación con Rafael López-Pedraza, le oí decir, parafraseando un comentario que hace Jung sobre la sombra: “Si no somos capaces de ver nuestras imágenes de horror, la vida nos pone a vivir el horror como destino”.
Esperemos que estos esfuerzos aislados en tratar de hacer visibles algunas de nuestras complejidades como seres humanos, vayan sumándose y algún día pueda emerger la imagen de horror de lo que los seres humanos somos capaces de hacer… y desde allí se puedan activar nuestros frenos naturales frente al mismo.
Bogotá, 18 junio 2.011
Galeano, Eduardo. Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americanoTomado de: Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno Editores, México, 1992.
HENDERSON, J. (1990) “The cultural unconscious”. In: Shadow and Self. Selected Papers in Analytical Psychology. Wimette,Il: Chiron Publications.
Jung, C. G. (1978) Essays on contemporary events. CW 10. Princeton University Press.
JUNG, C.G. (1975) The relations between the ego and the unconscious. CW 7. Princeton University Press.
Kalsched, Ronald. The Inner World of Trauma: Archetypal Defenses of the Personal Spirit» (London and New York: Routledge, 1996)
López-Pedraza, Rafael. Ansiedad Cultural. (Caracas: Festina Lente, 2.000)
Ortiz, A. (2006). Mitologías amerindias. Colección: Enciclopedia Iberoamericana de Religiones 5. Madrid: Editorial Trotta
Rosenblat, Angel. ,La población indígena y el mestizaje en América. (Buenos Aires: Nova, 1.954)
Singer, T., & Kimbles, L. S. (Eds.). (2004). The cultural complex: Contemporary Jungian perspectives in psyche and society. New York: Brunner-Routledge.
APUNTES
La formación del mestizaje constituye un rasgo típico de la colonización española, cuyos orígenes podemos analizar de la manera siguiente:
- El predominio de los elementos masculinos entre los conquistadores y colonizadores españoles. La mujer española vino tardíamente a América, y, además en número reducido. La unión de los españoles con las mujeres aborígenes, y posteriormente con las mujeres negras, fue una necesidad y el mestizaje surgió en forma inevitable.
- La legislación española favoreció la unión entre blancos e indias. Por una parte ordenaba a las autoridades coloniales fomentar estas uniones, y por la otra, prohibía a las mujeres solteras españolas pasar a América; sólo podían hacerlo las casadas en compañía de sus maridos o cuando vinieran a las colonias a hacer vida marital con ellos.
- Los españoles consideraban estas uniones como un hecho natural sin prejuicios o ideas religiosas que pudieran estorbarlas. Sin embargo, los prejuicios sociales si tuvieron que ver con el carácter de tales uniones, las cuales, salvo pocas excepciones, fueron uniones ilegales del blanco con las mujeres de los otros grupos.
Durante ese tiempo el papa era español, el cual se llamo Alejandro VI, y convirtió a la reina Isabel de España dueña y señora del nuevo mundo.
Cuando España llego a conquistar las tierras de América, expandió su lengua y su religión católica obligando a los indígenas a trabajar y trayendo esclavos negros para explotar las tierras abundantes de oro y plata, pero los demás países no se quedaron atrás y también llegaron a América a conquistar nuevas tierras principalmente en América del Norte.
Cuando los conquistadores interrumpieron en América, el imperio de los incas era el mayor y más expandido de sur América, pues recorría el Perú, Bolivia, Ecuador y gran parte de Colombia, Argentina y Chile.
[1] Prueba de esto lo encontramos en la proliferación de organismos internacionales cuyos objetivos están dirigidos a la integración socio-académica-económica de los países latinoamericanos y que, al fracasar en el intento, aparecen nuevamente con el mismo objetivo pero diferentes nombres: ALADI, ALCA, ALBA, CEFIR, MERCOSUR -sólo por nombrar algunos.
[2] Esta observación es el origen de su tesis acerca de que es más fácil comprender la dinámica de la región si logramos visualizarla constituida por “países horizontales” -conformados por habitantes pertenecientes a una misma clase socio-cultural- en lugar de la tradicional visión de “países verticales” definidos por fronteras geográficas.
[3] En la isla conformada hoy por República Dominicana y Haití
[4] Es interesante ver cómo esta primera demarcación está basada en una de las expresiones culturales fundamentales: la lengua.
[5] No fue sino hasta el tercer viaje de Colón que se contó con compañía femenina, que no llegaba a treinta mujeres, esposas de algunos miembros de la tripulación. A partir de este viaje comenzó el flujo de mujeres que se fue incrementando muy lentamente. La mujer en la conquista de América Escrito por Rubio de Orellana-Pizarro, Rosario
[6] Aquiles Esté afirma que sigue estando presente en el imaginario de buena parte del colectivo venezolano, condicionando sus mecanismos de protección, que para mí, son de carácter netamente minero y de extracción.
[7] Recordemos que la independencia de la Corona de España estuvo activada por el descontento con el control del poder que se mantenía desde Europa pero fundamentada en principios europeos provenientes de la Revolución Francesa, y no fue promovida por un deseo de rescatar principios autóctonos.